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Homenaje a una calle de Benquerencia: "El Rabo"

A lo largo de los años, hombres de arrojo y mujeres osadas, habían ido ganando espacio, picando pequeñas parcelas, a aquella ondulada sierra paleozoica, de piedra dura y extenuante, coronada con una cresta que aparenta una cierta indolencia pero donde emergen rocas desnudas, puntiagudas y amenazantes como dientes de perro. Picadas a base de barreno y martillo, esas parcelas, de no más de ocho metros de largo, por otros tantos de profundidad, sirvieron como solares incautados a la roca por gentes humildes cuyo único capital eran brazos y sudor. Día a día, con gran esfuerzo, se fue levantando una hilera de viviendas que, una tras otra, conformaron una larga calle de fachadas construidas en piedra desnuda orientadas al sur. Un sur donde la mirada se ahoga en un horizonte infinito dibujado con ribetes de esperanza. La calle, sola, unívoca, independiente del núcleo urbano, sin más pretensiones que las de cobijar a sus habitantes, se estiraba desde el final del pueblo, como queriendo huir, escapar deliberadamente. Todas las casas, todas sus habitaciones, todas sus pasiones, todos sus olvidos, todos sus amores , desamores, encuentros, desencuentros, temores, risas o llantos, estaban -y están- en un solo lado. Frente a ello, un horizonte infinito se observaba desde el largo balcón natural que forma su abertura, para derramarse, escalonadamente, por una empinada ladera cubierta de chumberas, cactus, retamas, zarzales, cardos espinosos y algún olivo solitario hasta la carretera que irrumpe, como de un tajo, en un camino que se dirige hacia un ocaso que parece no querer morir jamás. Como vista desde arriba la calle parecía el apéndice de un cuerpo con respecto al núcleo urbano principal que salía del pueblo, con el tiempo, fue adquiriendo su toponimia nacida de la sabiduría popular, pues esa largura y estrechez semejaba una especie de rabo con respecto al resto del conjunto de calles que se bifurcan, como un todo, en el centro del casco urbano.
Así, quedó bautizada como calle de “El Rabo”. La cultura popular es siempre tan cruel como precisa, sólida e inamovible. Por mucho que en su placa se pueda leer la inscripción: “Calle de Castuera” siempre será la calle de “El Rabo” por decisión unánime.
Cuando regreso a mi pueblo, siempre reservo un paseo hasta esa calle. Allí nací. Allí di mis primeros pasos y allí aprendí a mirar lo infinito de su increíble paisaje y de su luz. Una luz tan limpia y transparente que parece estar hecha de brillantes que te empapan. Un paisaje que siempre guardo en mi retina por su belleza y majestuosidad. Cuando pinto en mis cuadros paisajes "sentidos", la mente siempre me remite a mi niñez por excelencia. A ese paisaje maravilloso de colores, olores, sensaciones y vivencias que están en lo más profundo de mi existencia.

Manuel Cuenca Hidalgo
Foto.- Juangelillo